ANÁLISIS

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Los Irritilas: raíces indígenas de la Comarca Lagunera

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Autor:

Mtra. Olga Daniela Sánchez Valles - 01/09/2025
Responsable de Regeneración Urbana del IMPLAN
📫comunicacion @trcimplan.gob.mx



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Cuando hablamos de la historia de Torreón y de la Comarca Lagunera, casi siempre la narramos desde la llegada del ferrocarril en 1883, el auge del algodón y el nacimiento de la ciudad moderna que conocemos. Sin embargo, nuestra historia no comenzó con los rieles, las haciendas o la construcción del primer torreón. Mucho tiempo atrás, estas tierras fueron habitadas por pueblos indígenas que supieron adaptarse al desierto y darle sentido a la vida en torno a la naturaleza. Se habla de los Irritilas, cuyo nombre se traduce como “los que habitan entre ríos”.

De acuerdo con fuentes coloniales, los laguneros que hablaban el dialecto irritila vivían en la región donde terminaba el río Nazas, en la llamada Laguna de Mayrán. Eran parte del gran conjunto de pueblos chichimecas y desarrollaron una relación estrecha con el entorno natural. Destacaban por sus habilidades como cazadores: podían pasar horas dentro del agua utilizando una especie de popote para atrapar patos, construían nasas para la pesca y recolectaban frutos del desierto como el maguey, el mezquite, la lechuguilla y las tunas. Además, rendían culto a las fuerzas de la naturaleza, al mismo tiempo que concebían la existencia de seres malignos, como el demonio que identificaban en los remolinos de viento y al que llamaban “Cachiripa”.

Dentro de ese mundo espiritual, la danza ocupaba un lugar central. El mitote era la ceremonia principal, donde se reunían alrededor del fuego, acompañados de cantos y música rústica, consumiendo peyote para alcanzar estados de trance. No se trataba de entretenimiento, sino de comunicación con el mundo espiritual. Se creía que el baile podía ahuyentar a los demonios y equilibrar las fuerzas de la naturaleza. Con el tiempo, la evangelización transformó estas prácticas en celebraciones religiosas, pero no logró borrarlas. Hoy podemos ver todavía en danzas regionales, como la de los matachines, una herencia viva de aquella tradición que sobrevivió bajo símbolos católicos.

Hablar de los Irritilas nos invita a preguntarnos quiénes éramos los laguneros antes del ferrocarril y qué parte de ese pasado indígena permanece todavía en nosotros. México es un país mestizo y la Laguna no es la excepción. Sin embargo, cuando hablamos de mestizaje solemos destacar la herencia española, mientras dejamos en silencio la raíz indígena. Reconocerla significa aceptar que nuestra identidad se compone de dos historias: la de la modernidad y el progreso, pero también la de los pueblos originarios que, no necesariamente, vencieron al desierto, sino que lo respetaban y coexistieron con él. Su legado sigue vivo en nuestras costumbres, en nuestros paisajes y en las palabras que todavía usamos sin reparar en su origen.

De hecho, muchas expresiones cotidianas nos recuerdan esa raíz. La palabra mitote, que hoy empleamos para referirnos a un alboroto o a una fiesta, antes nombraba una ceremonia sagrada. El término peyote, que seguimos usando para designar la planta del desierto, era considerado un medio para conectar con lo espiritual. El mezquite aún forma parte del paisaje lagunero. Incluso el nombre del río Nazas proviene de las nasas que utilizaban para pescar. A estas palabras se suman costumbres como el aprovechamiento del maguey, la preparación de pinole y la práctica de danzas comunitarias que, aunque transformadas, transmiten todavía el eco de aquellos rituales ancestrales.

En este contexto, las conmemoraciones recientes nos invitan a reflexionar. El pasado 9 de agosto se celebró el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, instaurado por la ONU en 1994 para reconocer la riqueza cultural y visibilizar los desafíos que enfrentan los pueblos originarios en todo el mundo. Y el 5 de septiembre se recuerda el Día Internacional de la Mujer Indígena en honor a Bartolina Sisa, mujer aimara que en el siglo XVIII encabezó la resistencia contra la colonización. Ambas fechas son una oportunidad para mirar a nuestro alrededor y reconocer que sin la raíz indígena nuestra identidad estaría incompleta.

Recordar a los Irritilas no es un ejercicio de nostalgia, sino un acto de justicia cultural. Es aceptar que la historia de la Comarca Lagunera comenzó mucho antes de los rieles del tren y que somos resultado de muchas mezclas, pero también herederos de quienes habitaron primero este territorio. La Laguna actual es producto de la migración, del algodón y de la industria, pero bajo todo ello siguen vivas las huellas de los Irritilas, que, con sus mitotes, sus palabras y sus costumbres nos recuerdan que, en el fondo, contar su historia es también contar la nuestra.






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